Hola, Amigas 👋
Acá Amiga en modo express, tratando de poner un poco de orden en medio del caos económico. Trump volvió a la carga con los aranceles, los mercados tiemblan y este lunes ya pinta para ser bautizado “lunes negro”. Este es mi humilde (y quizás apresurado) aporte para intentar explicar qué está pasando.
Desde el día uno este espacio fue, es y será gratuito, para todas las Amigas de habla hispana que quieren entender mejor la economía y finanzas sin que les hablen como si fueran tontas o que les cuenten la mitad de la historia. Si tenés ganas de bancar este proyecto, podés pasarte a la opción paga (gracias infinitas a las que ya lo hicieron 💛).
Esta semana empiezo a grabar el podcast (sí, estoy nerviosa, y sí, estoy practicando dicción aunque claramente no nací para eso). Y después de Pascua, si todo sale bien, mando el libro a imprenta. Amiga se está autopublicando así que, paciencia. Estoy con los últimos detalles, gira, eventos… (Y si alguna Amiga quiere invitarme a su país para presentarlo, yo acá con la valija lista y el pasaporte con la primera página abierta, como siempre).
Sin más, a lo que nos convoca hoy.
O bien se podría llamar, #arancelesyconfusión.
¿Qué pasó la semana pasada?
Trump salió a anunciar sus nuevas tarifas con la solemnidad de quien baja del monte Sinaí: con una tabla en la mano (literal), mostrándole al mundo por qué, según él, el resto del mundo está destruyendo la economía estadounidense. Dijo que el déficit comercial era “un robo” y que la única forma de frenarlo era subir aranceles a niveles históricos. Pero amiga, dejame decirte, esa cuenta no cierra por ningún lado.
¿Por qué la fórmula es mentirosa?
Aplicó un 10% de base a todo el mundo, y tarifas de un 34% a productos chinos, 20% a bienes europeos y hasta un 45% a los pobres de Myanmar que están sufriendo las consecuencias de un terremoto. Los aranceles afectan a todo tipo de productos por igual: autos eléctricos, baterías, comida, electrodomésticos, ropa, tecnología. Todo cayó en la misma bolsa. Trump, en vez de mostrar un informe técnico y detallado, salió con una tabla hecha con un dudoso cálculo donde supuestamente demostraba cuánto “le debe” a Estados Unidos el resto del mundo por años de comercio “injusto”.
Pero esa lógica es tan simplista como decir: “como yo gasto más en el supermercado que el súper en mí, el súper me está estafando”. No amiga, no funciona así.
No es que les están robando en el súper. Es que Estados Unidos decidió no cocinar y pedir delivery.
Vayamos por partes…
El déficit comercial no es una “estafa”.
Tener un déficit comercial significa que Estados Unidos compra más productos al resto del mundo de los que vende. Pero eso no es automáticamente “malo”. Muchas veces, es porque los productos chinos son más baratos o Estados Unidos ya no produce esas cosas, porque prefirió enfocarse en otro tipo de industrias, como la tecnología o ecommerce.
Por otro lado, si no te compran tanto como antes, no es culpa de los demás países, es que quizás tus productos ya no son lo que eran antes. Una zapatilla Nike, un café de Starbucks, un iPhone, cada vez significan menos para las personas. Incluso hasta China tiene sus propias marcas. Entonces lo que tenés, en realidad, es un problema de imagen. Y enchufándole aranceles a todos, no lo vas a dar vuelta. Lo vas a empeorar.
No es una “competencia”. Se llama globalización, estúpido:
La economía global está entrelazada. Las empresas estadounidenses dependen de componentes que vienen de todas partes del mundo para fabricar productos, desde iPhones hasta autos. Nadie fabrica todo. Subir tarifas es como darte un tiro en el pie y esperar poder correr una maratón al otro día.Las tarifas las termina pagando la gente común:
Cuando una empresa importa un producto y tiene que pagar un arancel del 34%, no dice “bueno, lo pago yo con gusto”. Lo traslada al precio. Detrás de ese discurso de "América Primero", hay una realidad más incómoda: esas tarifas funcionan como un impuesto encubierto para la gente común, especialmente para las mujeres, que siguen siendo mayoría en las decisiones de consumo doméstico.
¿Qué hubiera sido más sensato para fomentar el comercio local? Imponer a las empresas una cuota para que inviertan en el país, apoyarlas con incentivos y generar empleo local. Pero claro, ¿pedirles algo a las empresas? Eso nunca. ¡Que lo pague Vietnam! Otra opción hubiera sido ofrecer incentivos fiscales a las empresas que realmente inviertan en infraestructura y producción local, para reducir la dependencia de los productos importados sin necesidad de poner un impuesto extra sobre ellos. O podría haber impulsado acuerdos comerciales más inteligentes con los países productores, buscando que se beneficien ambas partes, generando así relaciones de largo plazo más sólidas.
¿El resultado? Un de los mayores desplomes en récord. Los mercados se desplomaron como fichas de dominó, cayendo un 10% (y contando) en sólo dos días, los inversores entraron en pánico y se encendieron todas las alarmas ante una posible recesión global. Fue el peor sacudón desde la pandemia de 2020. Pero a diferencia de entonces, esto no fue un virus invisible ni una amenaza sanitaria inesperada: esto fue deliberado. Un cimbronazo hecho a mano por el hombre que ama más al caos que a la base tono naranja.
Y acá vale la pena aclarar algo.
2023 y 2024 fueron años excepcionales para los mercados. Invertir se volvió mainstream, casi obligatorio. Una ola de entusiasmo financiero recorrió el mundo con la velocidad de un meme. Vos, yo, tu prima, la vecina del cuarto piso: todo el mundo invierte. Había un aire de fiesta —como si de pronto todos fuésemos a jubilarnos gracias a una acción de inteligencia artificial. Y como en toda fiesta, sobraron los gurúes. Esos que brotan como yuyos, vendiendo promesas de rentas pasivas desde una hamaca paraguaya en Bali o Nordelta. Pero convengamos: esto fue una suerte de cumpleaños de Wall Street, auspiciado por Biden, Kamala, y con torta de NVIDIA, y un par de globos de Tesla. Lo venimos hablando hace rato en este espacio, por motivos extraordinarios los índices se llenaron de empresas tecnológicas que cuando va todo bien, son una fiesta. Pero cuando la cosa se pone fea, te meten sin querer en una montaña rusa.
Una caída fuerte era de esperar. Lo que no era de esperar era el motivo. Porque esto no es una pandemia, sino el capricho de un presidente con delirios de emperador, que apretó un botón sabiendo que iba a temblar todo. Y lo hizo igual.
¿Por qué? Les dejo un par de teorías:
Quiso sacarse el crash de encima: De manual. Cuanto antes explote todo, más fácil es echarle la culpa al gobierno anterior. En cadena nacional, Trump desplegó su estrategia: declaró una “emergencia económica” para saltearse al congreso—aunque los datos no justifican tal emergencia— y soltó una batería de afirmaciones falsas. La idea es clara: instalar el miedo para justificar lo que viene después.
Mostrar poder: Trump no es un presidente común, es un showman. Lo que realmente le gusta es mostrar que puede causar caos global con una simple decisión. Porque cuando un tipo tiene el botón nuclear (aunque sea metafóricamente, en lo económico) todos tienen que escucharlo. Y eso le encanta.
Hablarle a su base: la base de votantes de Trump se siente como si estuviéramos en los buenos viejos tiempos de la industria de producción masiva, pero esos tiempos ya son parte de la nostalgia, no de la realidad. Más fábricas en EE.UU., claro. ¿Y qué más? ¿Queremos traer de vuelta los trenes a vapor también? Make America Great Again es esto, hablar de un pasado que ya no existe.
Hacer el dólar más barato: Cuando el dólar baja, lo que realmente pasa es que las exportaciones se vuelven más competitivas, a corto plazo. Entonces, si puede hacer que la gente en el resto del mundo quiera comprar más productos de EE.UU. debido a la baja en el valor del dólar, bueno, ahí tiene una excusa perfecta para justificar toda esta movida. Pero es una jugada muy, muy arriesgada.
Obligar a la Fed a intervenir y bajar los tipos de interés: desde que asumió, lo que Trump quiere es que la Fed haga exactamente lo que él dice. Y aquí está la clave, amiga, bajar los tipos favorece a los ricos, no a los de a pie. Los que tienen dinero para invertir en activos como acciones o bienes raíces se benefician enormemente cuando los intereses son bajos. Y Trump lo sabe muy bien. Entonces, si la Fed se siente presionada, ahí se crea un círculo vicioso: se inyecta artificialmente dinero barato a la economía, la inflación sigue subiendo, pero él puede decir: “¡miren cómo bajaron los tipos!” — cuando en realidad, lo que está haciendo es paliar el síntoma sin tratar la enfermedad real.
¿Qué saldo positivo nos dejó?
Sí, aunque parezca imposible: hay un lado bueno de esta locura.
Y es que ahora lo tenemos clarísimo: las ultraderechas no están tan alineadas como les gusta mostrar en Twitter. No hay bloque sólido, no hay camaradería internacional ni “hermandad ideológica”. Hay intereses. Y cuando hay intereses, se termina la fantasía ultraderechista. Y en esta jugada, quedó clarísimo. No importó si lo aplaudieron, lo defendieron o le rindieron culto: todos se comieron los aranceles, desde el más crítico hasta el más groupie. (Hola, Milei). Ni siquiera Meloni, con toda su diplomacia de selfies estratégicas en cumbres internacionales, se salvó. Trump mostró que no tiene amigos. Y esto, es información muy, muy valiosa.
Por otro lado, va a fomentar el comercio internacional entre otros países. China podría salir como un gran ganador en todo esta jugada.
Nunca imaginé que vería algo como esto: Estados Unidos, la cuna del libre mercado, abrazando el proteccionismo y volviendo 100 años para atrás. Y por otro lado, China, el gigante comunista que todos pensaban que sería el último refugio del socialismo, se ha convertido en una superpotencia capitalista de manual.
¿Qué podés hacer hoy?
Elegir bien a quién escuchar
¿Esos tweets apocalípticos que anuncian el fin del mundo cada 15 minutos? Silenciá. ¿Ese influencer que antes hablaba de inversiones y hoy ni mu? Desconfiá. En tiempos inciertos, filtrar tus fuentes de información es tan importante como cuidar tu dinero (y tus pensamientos). Quedate con quienes analizan, no con quienes gritan o, peor aún, facturan con tu miedo.
Aprovechá este momento para conocerte
Los mercados van a caer. La semana pasada. Esta. Y mil veces más. Vamos a tener que surfear cosas así más de una vez. Pero estas situaciones te muestran tu verdadera relación con el riesgo, con la incertidumbre, con el control. Eso también es parte del camino: conocerte. Y si al final del proceso descubrís que este ejercicio necesita ajustes, no dudes en hacerlos. La clave es que puedas estar tranquila con las decisiones que tomes, sin importar lo que pase afuera.
Chequéa como está todo el mundo a tu alrededor
Es todavía muy pronto para poder medir el tamaño real del impacto, ya que está sucediendo en tiempo real. Pero lo que sí sabemos es que todas venimos de puntos de partida muy distintos. Cada una tiene su propia relación con el riesgo, la manera en que maneja el rojo, o cómo reacciona cuando hay incertidumbre a nivel global. Por eso, es clave que mires a tu alrededor y chequees cómo están las personas cercanas a vos. El daño nunca es solo personal.
En momentos de crisis, la información es poder. Y como todo poder, no está repartido de forma justa. Mientras una parte del mundo vende en pánico, otra compra con calma. No están apalancados, tienen liquidez, tiempo para esperar y nervios de acero. Pero sobre todo: no tienen miedo. Porque el miedo es para quienes saben no se pueden dar el lujo de perder.
Cuando se habla de "aguantar y no vender" en tiempos de crisis, se asume que todos partimos del mismo lugar. Que si uno tiene suficiente temple, puede simplemente esperar. Que basta con "no vender", con "mantener la calma, total siempre se recupera", con "pensar en el largo plazo". Pero eso es mentira. Aguantar no es una virtud universal. Es un privilegio.
Aguanta quien puede cubrir sus gastos sin tocar sus inversiones.
Aguanta quien tiene un colchón financiero, un ingreso estable, una red que lo respalde si todo sale mal.
Eso es lo más injusto de las crisis: no afectan a todos por igual. Exponen —y profundizan— las desigualdades que ya existían.
Porque las crisis no son accidentes. Son mecanismos de redistribución de riqueza. Después de 2008, los bancos fueron rescatados. Las personas, no. Después de 2020, mientras millones perdían empleos, los mercados celebraban ganancias récord. Ahora, otra vez, el péndulo se mueve. Y ya sabemos hacia dónde.
Por eso existe este proyecto.
Porque hablar de dinero entre mujeres no es frívolo, es necesario.
Porque entender cómo funcionan las cosas es parte de nuestra autonomía.
Porque si no tenemos información, nos la venden.
Por eso estamos acá: para hacer del conocimiento una herramienta. Y porque en tiempos donde el poder miente, tergiversa y manipula, entender de economía y finanzas no es un lujo. Es un acto de resistencia.
Nos vemos la próxima. 👋
Glosario: Apalancamiento financiero
El apalancamiento es una técnica financiera que consiste en usar deuda para invertir. O sea, tomás dinero prestado para poder invertir más de lo que realmente tenés. En lugar de usar solo tu propio capital, pides dinero a un banco o a otra entidad para aumentar el monto que puedes invertir. Esto te permite, en teoría, multiplicar tus ganancias si la inversión va bien. Sin embargo, también aumenta el riesgo, ya que si las cosas no salen como esperabas y perdés dinero, tendrás que devolver el dinero prestado más los intereses, lo que puede dejarte con una pérdida mayor que la que habrías tenido si solo hubieras invertido tu propio dinero.
Amiga, detras de tu news, recibí otro news de una escuela de inversion, la cual remarcó la idea de desestabilización, incertidumbre y se presentó como salvador, sin dar tus esclarecedoras explicaciones y posibles futuros escenarios.
Hola soy Antonella Gutierrez escritora y poeta peruana encantada de poder seguirte 🤍 ✨
https://www.substack.com/@antonellagutierrez